29 nov 2011

El lenguaje musical (Nodo II)

Por Juan Manuel Rosas


“El jazz – la música en general, pero en particular el jazz- es una para mí una especie de presencia continua en lo que yo escribo. Mi trabajo de escritor se da de una manera en la que hay una especia de ritmo, que no tiene nada que ver con la rima o las aliteraciones, sino con una especie de latido o de swing, como le dicen los hombres de jazz. Si ese ritmo no está, es entonces porque lo que estoy escribiendo no sirve, y he de empezar de nuevo” explica Julio Cortázar durante una entrevista para la TV española, circa 1977.

"Esto lo estoy tocando mañana", una colección de distintos ensayos compilados por Pablo Fridman

Cortázar no fue el único escritor en comparar su obra con los ritmos del género que popularizaron Miles Davis y Charlie Parker. El mismo camino transitó el novelista Jack Kerouac – cuya “prosa espontánea” era comparada con el estilo “bebop” en el cual se destacaban Gillespie, Monk y Budd Powell – así como también William Burroughs, Charles Bukowskiy y el poeta Allen Ginsberg.


Estos ejemplos de cómo la música se impone como una forma de lenguaje particular – que incluso traspasa lo instrumental - nos invita a pensarla desde una perspectiva distinta: ¿Por qué hablamos de un 'lenguaje musical' ? ¿Qué elementos de la psiquis de los individuos se ven reflejando en la unión de distintos tonos? ¿Por qué nos identificamos con ciertas melodías?

“La música es un sistema simbólico que puede pensarse como un discurso, un sistema cuyos elementos significantes son los sonidos, ordenado en función de ciertas convenciones. Pero se trata de un discurso diferente al discurso hablado; su sentido es otro que el significado. Podemos afirmar que la música y el lenguaje hablado nacen juntos y, gracias a la primacía del oído, su reino de origen es lo que Lacan denominó lalengua”, sostiene el psicólogo Guido A. Idiart en su trabajo “La música como discurso sin palabras y sus consecuencias en la clínica de la psicosis”.

“En la música existe un ‘dar a escuchar’ que diferencia el ‘oír’ del ‘escuchar’: se trata de atender a lo que esa frase musical le dice al sujeto de sí mismo, muchas veces de un modo profundamente enigmático: ‘Esa obra musical me entristece...’; ‘Esa otra música me transporta...’ (siempre es esa música y no cualquiera). Las posibilidades son infinitas. Lo que el compositor y el intérprete hacen es recortar un poco-de-sonido que se dirige a alguien” explica Pablo Fridman, psicoanalista y músico, en su texto “Psicoanálisis y música”, incluido en el libro “Esto lo estoy tocando mañana. Música y psicoanálisis”.


“Es sorprendente cómo diversas modalidades musicales –desde tenues valses hasta disonantes grupos de free jazz– pueden producir distintos efectos de borrachera sonora. Es conocida la función que han tenido los nigro spirituals para hacer más soportable el trabajo esclavo (función poco edificante pero que no desmiente la belleza de esa música). En todos los casos la música detiene el sentido y lo deja en suspenso, produce un efecto de no-representación. Si la dimensión de la palabra supone ya la imposibilidad de la comunicación sin equívocos, esta imposibilidad adquiere su máximo peso en la música. Justamente se trata de abrir la escucha a esa dimensión de lo inespecífico, de lo que no puede cristalizarse en ninguna significación determinada”, concluye.

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